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Midorexia, el miedo a envejecer que muchos cargamos aunque juremos que no

Fecha de publicación: 2025-10-04

A los 20 años creemos que la vida es eterna en IMBATIBLE : trasnochar hasta las 3, comer pizza recalentada a diario y aun así levantarse con cara fresca es casi un deporte olímpico. Pero el calendario avanza y, cuando uno empieza a acercarse a los 40, ese mismo cuerpo que parecía “indestructible” empieza a mandar notificaciones: la rodilla suena como puerta vieja, el estómago protesta con cada fritanga y, de repente, el espejo nos devuelve un extraño con arruguitas en los ojos. Ahí es donde asoma la famosa midorexia, un término coloquial que describe el pánico a envejecer y el empeño de seguir aparentando juventud a toda costa.

Aunque no está en los manuales médicos, psicólogos la describen como esa mezcla de miedo estético y existencial: el terror a perder la apariencia juvenil y, de paso, a que nos recuerden que somos mortales. Y claro, en un mundo donde las cremas antiarrugas prometen “borrar diez años en dos semanas” y los influencers parecen tener pacto con Dorian Gray, el asunto se complica.

Lo curioso es que la midorexia no se limita a las cirugías estéticas.

Se cuela en lo cotidiano: teñirse las canas “solo por higiene”, gastar más en serums que en la factura de la luz, o hacer maratones de gimnasio con la esperanza de que la elíptica también borre la fecha de nacimiento.

Todos conocemos a alguien que, al cumplir 45, se compra patineta eléctrica “porque rejuvenece” o que insiste en que “los 50 son los nuevos 30”.

Los estudios sobre aging anxiety confirman que esta incomodidad es real: la mayoría de personas siente ansiedad al ver signos de edad. Y no se trata solo de coquetería. La sociedad sobrevalora la juventud como sinónimo de éxito y valor. Basta con mirar anuncios de trabajo: se pide experiencia, pero que no se note en el rostro. Una contradicción digna de telenovela.

Hay dos motores principales en esta historia.

El primero es el físico: arrugas, pérdida de firmeza, canas. Cosas normales, pero que en un mundo obsesionado con lo “fit” y lo “forever young” se convierten en alarmas rojas.

El segundo es el psicológico: el tiempo nos recuerda que no somos inmortales. No es solo que la piel cambie, es que la idea de finitud se hace más cercana. Y claro, la cabeza dice: “todavía me faltan viajes, fiestas, series por ver, no me quites tiempo”.

El edadismo, es decir, la discriminación por edad, empeora el cuadro. No son imaginaciones: muchos sienten que, a medida que suman años, pierden competitividad laboral y valor social. Por eso se esfuerzan en parecer más jóvenes. Alguien de 50 que tiñe sus canas no siempre lo hace por vanidad: puede ser miedo a que su jefe lo vea “viejo” y dude de su capacidad. Y ahí, entre el espejo y la presión externa, la midorexia florece.

Por supuesto, las redes sociales tampoco ayudan. Si uno pasa media hora en Instagram parece que la humanidad se divide entre veinteañeros eternos y famosos que nunca envejecen. Los filtros borran arrugas mejor que cualquier cirujano. Y claro, uno termina mirando sus selfies con cara de “¿y yo por qué parezco el tío de todos?”.

Lo irónico es que, mientras tratamos de disimular los años, todos sabemos que la edad se nota en cosas más simples: cuando empiezas a disfrutar madrugar un domingo para ir a la plaza de mercado, cuando el cuerpo te cobra cada trasnocho como si hubieras corrido una maratón, o cuando dices frases como “yo a tu edad ya trabajaba”.

Eso sí, negarlo es parte del juego: nadie admite tener midorexia, pero todos tenemos algún ritual anti-edad escondido.

¿Cómo darle la vuelta?

  1. Aceptar que envejecer es inevitable. Parece obvio, pero muchas veces olvidamos lo esencial: la alternativa a envejecer… es no estar aquí.
  2. Valorar lo ganado. Experiencia, madurez, relaciones más sólidas: eso también cuenta, aunque no salga en Instagram.
  3. Cuestionar los mensajes edadistas. La publicidad vive de vendernos juventud eterna. No todo lo que dice el mercado debe convertirse en verdad personal.
  4. Cuidarse sin obsesión. Comer bien, hacer ejercicio y usar crema solar está bien; lo que no ayuda es convertir cada cana en una crisis existencial.

Al final, este fenómeno no es otra cosa que un espejo de nuestra cultura. Queremos vivir mucho, pero que no se nos note. Queremos cumplir años, pero con el rostro de 25. Y aunque la ciencia aún no inventa la fuente de la eterna juventud (ni la crema que borre impuestos atrasados), lo que sí podemos hacer es reírnos un poco de nuestras contradicciones. Porque envejecer es inevitable, pero decirle al espejo “no me voy a dejar” cada mañana… eso ya es un deporte nacional y una inversión segura .

Este es un servicio más de Mundo Video® ,


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