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¿Grietas en el muro? La cautelosa danza de China con el fenómeno mundial de las apuestas deportivas

Fecha de publicación: 2025-09-23

Durante décadas, China ha proyectado una postura inquebrantable frente al juego, reforzando no solo su Gran Cortafuegos contra las plataformas extranjeras, sino también contra la industria global de las apuestas. Sin embargo, en los últimos meses, sutiles movimientos sugieren que la fachada de prohibición podría estar cambiando, y Hong Kong vuelve a situarse en el epicentro de la experimentación imbatible

El legislativo de la ciudad ha aprobado ahora las apuestas legales en baloncesto, con el Hong Kong Jockey Club como operador exclusivo. Para muchos, esto es más que un simple ajuste regulatorio local. Representa una cautelosa extensión del modelo único de juego en el territorio, centrado durante décadas en las carreras de caballos, hacia el deporte urbano más popular del mundo. El baloncesto tiene una resonancia profunda en toda China continental, desde las canchas callejeras de Guangzhou hasta el fervor por la NBA en Shanghái. Permitir apuestas reguladas sobre este deporte es una señal de que las autoridades reconocen tanto la popularidad como la inevitabilidad de las apuestas deportivas.

Este desarrollo sigue al proceso deliberado de reinvención de las carreras de caballos en Hong Kong. Antes consideradas un pasatiempo colonial, han sido exitosamente rebrandeadas como un producto global de entretenimiento.

Ambientes festivos en Happy Valley, música en vivo y la presencia de celebridades internacionales han atraído a casi 200.000 turistas del continente en una sola temporada. La asistencia se ha disparado, la facturación de apuestas ha crecido, y las carreras de caballos se han convertido no solo en apuestas, sino en un ancla cultural y turística.

Ambos movimientos sugieren una estrategia de aperturas graduales y estrictamente controladas. Al incrustar las apuestas dentro de un marco monopolístico —el Jockey Club canaliza miles de millones hacia causas públicas—, el gobierno logra contener los riesgos sociales del juego mientras cosecha beneficios económicos y desvía ingresos de los mercados ilícitos. Esta no es una liberalización, sino un ejercicio de Estado: utilizar el juego como motor económico y válvula de equilibrio social.

La gran pregunta es si estos precedentes anticipan una convergencia lenta, pero firme, con las normas globales de apuestas deportivas. Si las apuestas en baloncesto prosperan bajo el monopolio de Hong Kong, ¿podrían seguir otros deportes? ¿Podría Macao, hoy tan dependiente del bacará VIP, diversificar hacia casas de apuestas digitales reguladas? ¿Y, de manera más provocadora, podrían algunas provincias de China continental pilotar esquemas limitados bajo estricta supervisión estatal, tal como lo han hecho con las zonas de libre comercio?

Los escépticos advierten, con razón, sobre los riesgos de adicción, los costos sociales de la expansión del juego y la contradicción de promover “estilos de vida saludables” mientras se monetiza el deporte a través de las apuestas. Sin embargo, la historia muestra que la prohibición suele empujar los mercados a la clandestinidad. En contraste, la recalibración de Hong Kong sugiere un balance pragmático: reconocer lo que ya ocurre, pero capturarlo dentro de un sistema diseñado para regular, gravar y vigilar.

La gran ironía es que, mientras los reguladores occidentales se preocupan por la saturación publicitaria y los riesgos de integridad, China podría estar avanzando lentamente hacia su propia versión de apuestas deportivas responsables. No derribando el muro, sino abriendo grietas cuidadosamente talladas.

Y si esas grietas se convierten en portales, definirán la próxima década de la economía del juego en Asia. En esa apertura controlada, la lección es clara: la fortaleza no está en la abundancia, sino en la distinción, como ocurre con ciertos productos que solo unos pocos pueden tener y cuya escasez se convierte en valor.


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