Aunque tradicionalmente se ha vinculado a los casinos con las luces brillantes, las cartas y las tragamonedas, un comodín inesperado empieza a reconfigurar la estrategia turística en Las Vegas: el cannabis. La legalización de los salones de consumo de marihuana —válida bajo la ley estatal de Nevada pero aún restringida a nivel federal— ha abierto una nueva batalla por el dólar turístico. Algunos ejecutivos ven un potencial enorme; otros, una amenaza regulatoria. Pero ya nadie lo ignora.

Seth Schorr, CEO de Fifth Street Gaming, ha sido claro al pedir que se permita a los casinos colaborar con operadores cannábicos. “No se puede ignorar una industria de 33.000 millones de dólares”, afirmó en CDC Gaming Reports. Y tiene razón: los viajeros modernos, especialmente los más jóvenes, buscan experiencias multisensoriales que van más allá de una ruleta o un concierto.
Sin embargo, la cuerda floja legal es real. Las restricciones federales impiden a los casinos asociarse directamente con negocios de marihuana, y la Junta de Control de Juegos de Nevada ha reiterado su negativa a flexibilizar esta postura. Además, los lounges deben ubicarse al menos a 450 metros de distancia de cualquier casino, limitando la posibilidad de aprovechar el tráfico peatonal.
A nivel operativo, la curva de adopción también ha sido lenta. De 99 licencias estatales aprobadas, solo una permanece activa. Altos costos de cumplimiento, prohibición de venta de alcohol y una demanda inferior a la esperada han hecho que algunos proyectos fracasen. Aun así, la percepción pública está cambiando: según una encuesta publicada por Marijuana Moment, el 70% de los estadounidenses apoyan el consumo de cannabis en casinos o resorts.
Hoy, los casinos están atrapados entre una transformación cultural acelerada y un cuello de botella normativo. No actuar podría desconectarlos de las expectativas del nuevo turista. Pero entrar demasiado pronto —sin una reforma normativa o claridad federal— también representa un riesgo.
Los salones de cannabis aún no son la nueva sala de póker. Pero en una ciudad donde las fortunas se construyen apostando al futuro, ignorar esta tendencia puede ser la jugada más arriesgada.


