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El poder Seminole: cuando una tribu decide jugar en la mesa de los imperios

Fecha de publicación: 2025-10-21

En el tablero del juego global, pocas historias son tan simbólicas como la de la Tribu Seminole de Florida. En un mundo donde los grandes conglomerados financieros dictan las reglas, esta nación originaria decidió hace dos décadas dejar de ser un actor periférico y sentarse en la mesa principal. Hoy, con su marca insignia Hard Rock International, los Seminoles no sólo son dueños de una red de casinos y hoteles en más de 70 países, sino que están desafiando el corazón mismo del poder comercial del juego: Nueva York.

El proyecto Metropolitan Park, estimado en 8.000 millones de dólares, representa mucho más que una nueva licencia de casino. Es la oportunidad para que una tribu originaria conquiste Manhattan simbólicamente, a través de una estrategia empresarial impecable. Hard Rock —propiedad total de los Seminoles desde 2007— ha tejido una red que combina entretenimiento, hotelería, deporte y finanzas, integrando en su modelo lo que muchos conglomerados tardaron décadas en construir.

La tribu posee un portafolio que supera los 10.000 millones en activos, controla resorts de lujo en Florida, Las Vegas y Atlantic City, y opera bajo un principio de soberanía económica que redefine la noción de “juego tribal”. Con su alianza con Steve Cohen, propietario de los Mets y uno de los gestores de fondos más influyentes del mundo, los Seminoles no solo apuestan por una licencia: apuestan por el reconocimiento de su capacidad para competir de igual a igual con corporaciones de Wall Street.

En el contexto estadounidense, esto no es menor. Durante décadas, la legislación federal —especialmente la Indian Gaming Regulatory Act (IGRA) de 1988— permitió a las tribus operar casinos en sus territorios como una vía para fortalecer su autonomía. Lo que nadie imaginó fue que una de ellas usaría ese marco como plataforma de expansión global. Los Seminoles lo hicieron. Y con cada paso, demostraron que el poder económico puede ser también una forma de justicia histórica.

En términos estratégicos, su jugada es brillante. Nueva York otorga solo tres licencias de casino downstate, y la competencia incluye a gigantes como Caesars, Wynn y Las Vegas Sands. Sin embargo, Hard Rock tiene algo que ellos no: legitimidad cultural, músculo financiero sin deuda corporativa y una marca emocionalmente reconocida. Esa combinación le permite hablarle a los reguladores con un discurso que trasciende el negocio: desarrollo social, empleo y sostenibilidad.

El presidente del Seminole Tribe of Florida, Marcellus Osceola Jr., ha sido claro en su visión: “Nuestra soberanía no es un límite, es un modelo”. Y lo es. Cada dólar reinvertido en educación, salud o vivienda tribal se convierte en argumento moral frente a corporaciones cuya rentabilidad no siempre se traduce en bienestar social.

La posibilidad de que los Seminoles obtengan una licencia en Nueva York no es simplemente una victoria empresarial; sería un mensaje histórico: las comunidades que una vez fueron marginadas por el sistema ahora están reformulando las reglas del capitalismo norteamericano desde adentro.

En 2007, cuando compraron Hard Rock por 965 millones de dólares, muchos analistas lo consideraron un acto de audacia. Dieciocho años después, la decisión luce más bien profética. Su red de más de 250 propiedades y una facturación anual que ronda los 7.000 millones de dólares los posicionan entre los grupos más rentables del entretenimiento global. Ahora, con Metropolitan Park, buscan completar el círculo. Pasar de las reservas nativas al epicentro financiero del mundo. No es solo un negocio: es una declaración de poder. Y si lo consiguen, no será una sorpresa. Será simplemente la confirmación de que, en la industria del juego, hay imperios que nacieron de bancos… y otros que nacieron de la tierra.


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