Suramérica dejó de ser terreno de exploración para convertirse en zona de conquista. La región más futbolera del mundo ahora también es el tablero principal del negocio del juego, y Brasil —el gigante dormido que por fin abrió los ojos regulatorios— se convirtió en la joya de la corona. Lo que antes parecía una apuesta arriesgada, hoy es vista por muchos operadores como una inversión segura.
Con el reciente marco normativo, los operadores internacionales han desembarcado en masa en el país más poblado del continente. Los nombres suenan familiares: Betano, Bet365, Betsson… todos apostando fuerte. Pero lo más interesante no es su llegada, sino la respuesta de las casas locales, que lejos de achicarse, han aprendido a jugar con cartas propias. Algunas, incluso, han logrado posicionar productos imbatibles, que no tienen nada que envidiar a los grandes grupos europeos.

En Colombia —pionera en regulación online— y en Perú, las empresas nacionales también han mostrado músculo. Han entendido que competir no es solo tener tecnología, sino conocer al jugador, hablarle su idioma y adaptarse a sus costumbres. Las empresas criollas, muchas veces nacidas en entornos físicos, se están digitalizando y dando batalla. Ya no se trata solo de marcas globales imponiendo presencia, sino de una verdadera competencia por la identidad del mercado, con desarrollos que bien podrían considerarse un éxito nunca antes visto.
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Ahora bien, en este nuevo escenario, los reguladores también están haciendo su parte. En Brasil, la creación de asociaciones como Sindibets-SP y el esfuerzo por establecer reglas claras para la publicidad, los pagos y la protección al jugador, demuestran una voluntad real de estructurar un ecosistema sólido y responsable. Lejos de dejar que el mercado se autorregule, el Estado ha empezado a tomar las riendas, algo que merece destacarse y replicarse en otros países de la región.
Porque sí, el crecimiento del juego es inevitable, pero su sostenibilidad depende del equilibrio entre expansión y control. Si Suramérica logra avanzar en ese camino, entonces sí: que apueste quien quiera. Pero que lo haga en un mercado con reglas claras, instituciones fuertes y condiciones justas para todos.


