El sesgo del superviviente es un fallo de nuestra mente a la hora de tomar decisiones. Es una trampa en la que caemos inevitablemente debido a nuestra naturaleza.
De hecho, desde el punto de vista evolutivo, tiene todo el sentido del mundo. Pero, hoy en día, hemos de intentar que no nuble nuestra mente. Conocerlo nos servirá, asimismo, para conocer un poco más sobre este comportamiento humano en clase de psicología, un factor que influye en todos los ámbitos de la vida.
Imaginemos que volvemos a ser, por un minuto, cazadores-recolectores. De cinco cazadores que salieron esta mañana, tan sólo ha vuelto uno. Nos cuenta que les persiguieron los leones, y que él es el único al que no se han zampado.
Para nosotros, tiene más lógica fijarnos en el superviviente: es más importante saber cómo actuó el que consiguió escapar del león, que pensar en todos los que no lo hicieron.
Sin embargo, el sesgo del superviviente nos induce a conclusiones erróneas fácilmente, obviando el razonamiento en muchas ocasiones.
Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos de los aviones de la RAF que regresaban a Gran Bretaña tras los bombardeos contra los nazis, llegaban al aeródromo con multitud de agujeros en su fuselaje provocados por los disparos de la artillería alemana.
Se decidió encargar un estudio para ver cómo reforzar las zonas donde se producían esos impactos para minimizar sus efectos. Obvio, ¿verdad? Había que contar los agujeros de bala recibidos de los aviones supervivientes, y donde más hubiesen (zonas que más fuego enemigo atraían), habría que colocar piezas que sirviesen como “armadura”.
Pero fue un matemático húngaro, Abraham Wald, quien hizo ver a los Aliados su error debido al “sesgo del superviviente”.
Y es que, según él descubrió, ¡había que reforzar allá donde no se observaban agujeros de bala! ¡Lo contrario a lo que dicta el sentido común! ¿Por qué?
Porque la lógica dicta que eran los aviones con daños en otros lugares los que no habían vuelto. Los que no sobrevivieron. Los que murieron. Los que fallaron. Tendemos a fijarnos sólo en las historias exitosas. No tenemos en cuenta a los muertos. Veamos algunos ejemplos de este sesgo.
- Aparece en las noticias un japonés longevo, con 103 años, sin ningún tipo de dolencia grave. ¿Su secreto? Una rodaja de piña todas las mañanas. Es muy fácil creer que comiendo piña por las mañanas se alarga la vida, pero obviamos a millones de personas que, haciendo lo mismo, han muerto mucho antes.
- Lo mismo aplica a la idea de que Bill Gates y Steve Jobs dejaron los estudios y empezaron una empresa en un garaje. ¿Es esa la clave del éxito? No, estamos obviando a millones de personas que, realizando el mismo esfuerzo, no logran el éxito. Y esto es así porque, aunque los libros de autoayuda quieran venderte otra idea, no todo es cuestión de esfuerzo y perseverancia.
- Aparece, esta vez, un adivino en televisión. Su profecía sobre un hecho cualquiera (la muerte o el divorcio de un famoso), se ha cumplido. Pura coincidencia. Le damos credibilidad al adivino y a la adivinación, y pasamos por alto los cientos de miles de adivinos que han realizado trillones de predicciones que no se han cumplido.
- Cuando, lamentablemente ocurre un accidente de avión, o un atentado terrorista, algunos medios tienden a entrevistar rápidamente a una persona que tuvo un sueño premonitorio en el que ocurría una desgracia similar. Tenemos en cuenta el testimonio de quien tuvo el sueño premonitorio, no de las personas que no soñaron en absoluto con el asunto en cuestión.
- Lo dicho anteriormente aplica a la gente que soñó con el número de la lotería premiado en el último sorteo de Navidad.
- Respecto a las curaciones en Lourdes, sólo llegan a hablarse de dos o tres casos de curaciones certificadas. No se hablan de las millones de experiencias de fracaso.
Solo nos llega la información del superviviente. Ese sesgo del superviviente no es ni más ni menos que una llamada de atención a que debemos tener en cuenta también a los no supervivientes, a los que fallan, a los que no tienen éxito, para poder disponer de una mejor definición de la realidad, de los fenómenos, de los sucesos, y no sólo lo que llega a los titulares de los medios de comunicación.
No tenemos que centrarnos únicamente en lo que la gente de éxito ha hecho para lograrlo, sino que también hay que tener en cuenta qué hizo fracasar al resto de personas, a las que se arruinaron, a las que tuvieron que abandonar, para así poder trabajar en ello llegado el caso y tomar las decisiones adecuadas.


